¿Dónde viven las historias?

En el viento que silba por los pasillos solitarios de la Alhambra, en Tánger, Madrid, París o en las riberas del Nilo. De Algeciras a Estambul pasan cosas y de Petare a La Pastora también.

Enredadas en las ramas de recuerdos desgastados, perdidas en los besos que nunca fueron dados, dormidas en los sueños de un pasado olvidado.

En una gota de rocío que contiene el universo, en la risa o en el llanto, en las cicatrices que recorren la piel cansada o en otras menos visibles, las que anidan en corazones lastimados. En las líneas que habitan la piel curtida de un anciano.

En la hierba que ondula en el campo al vaivén del viento como queriendo ser mar, en la luna que en él se refleja, en las estrellas fugaces y los pozos insondables.

En una grieta, en un bosque misterioso, en un suspiro, en un beso robado o en uno contenido, en el rubor que delata sentimientos escondidos. En el quiebre de una voz, en un quejido distante que eriza la piel y el alma.

En las aguas calmas de un lago dormido.

En la paz que encierra el bostezo de un niño.

En las miradas sincronizadas adivinando deseos compartidos, en el tiempo que se detiene a su alrededor, en esos instantes mágicos cuando se apagan los sonidos.

En el miedo, en el hambre, en la avaricia y el odio. En el amor, en la dicha y la tristeza, en la risa y la bondad. En la traición y el valor. En la soledad.

En callejuelas oscuras, en chozas miserables, en la carencia y en la abundancia, en palacios colosales.

En la guerra y en la paz, en aventuras errantes, en misterios no resueltos, en el mapa de un tesoro, en los mitos y leyendas, en las islas misteriosas de selvas exuberantes.

En causas y consecuencias, en un instante de duda, en un sueño postergado.

Las historias viven en nosotros, porque nosotros somos las historias.