Quizás sea un mecanismo de defensa, algo que llevamos tatuado en nuestro ADN, pero lo cierto del caso es que el instinto de autopreservación es parte de nuestra esencia vital, no andamos por la vida, al menos no siempre, enfrentando situaciones como los carritos chocones de una feria estival. Somos comedidos, guardamos distancia, tras ventanales observamos el devenir de los acontecimientos como los peces en una pecera, pero sin mojarnos. No intervenimos, somos neutrales, planificamos nuestra existencia y corregimos el curso de nuestra bitácora vital para que la realidad cambiante no nos afecte, aunque el mundo se derrumbe a nuestro alrededor, pero ¿por cuánto tiempo?, ¿cuánto durará esa falsa ilusión de normalidad? Hasta que el destino nos alcance y siempre lo hace.
Desmond Tutu dijo: «si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor». Aceptar algo en silencio, aunque contraríe nuestros principios, es una actitud que nos atrapa en un concepto demasiado acomodaticio como lo es la neutralidad. Con ella como hilo, vamos tejiendo una tela de araña a nuestro alrededor para impedir que la realidad permee y altere esa cotidianidad perfecta que hemos creado, nuestro refugio.
Pensar que no tenemos el poder de cambiar las cosas y, por ende, no estamos obligados, al menos, a intentarlo, nos atrapa, y, aunque parezca ambiguo, nos mantiene en un eterno huir hacia adelante. Puede que los conceptos de atrapar y huir luzcan contrapuestos, pero no lo son: huir para conservar la libertad solo genera la falsa sensación de ser libre, pero escapar no es la forma de conquistarla; para alcanzarla hay que enfrentar las circunstancias que la amenazan.
La doctora Mari Méndez, atrapada por la creencia de su incapacidad para cambiar las cosas, intentará huir de su esencia vital en La máscara del verdugo, ¿lo logrará?

Somos animales con poderes mágicos que lo han olvidado todo.
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