Todos somos prisioneros, estamos limitados por cercos tangibles e intangibles y cada decisión que tomamos constituye en sí misma un acto de rebeldía con el que intentamos romper las barreras que frenan nuestro libre albedrío; en ocasiones funciona, en otras no.
Vivimos presos, atrapados por los cánones de una sociedad que restringe nuestra libertad con aversiones a lo diferente, a todo aquello que se salga de las reglas de comportamiento aceptable y aceptado por la mayoría. Taras sociales, como la homofobia y el racismo, pretenden actuar como camisas de fuerza y privar a relaciones no estandarizadas de su derecho a ser.
El destino y las barreras físicas en ocasiones conjuran con las circunstancias para atraparnos en peceras de cristal desde donde presenciamos los acontecimientos sin intervenir en su desarrollo. Atalayas de todos los tipos, pantallas, ventanales, puertas y rejas nos alejan de la realidad, induciéndonos al error de creer que lo que ocurre no tiene nada que ver con nosotros y no afectará nuestras vidas. Falsas ilusiones que invariablemente se harán añicos cuando el destino, finalmente, nos alcance.
La injusticia también juega un papel importante en las causas que nos mantienen atrapados. La falta de ella nos sume en estados de frustración que nos impiden soltar lastre y continuar el viaje. Originan conflictos no resueltos, que al seguir latentes no permiten el cierre de los ciclos, sino, en su lugar, existencias en bucles autodestructivos, ante la impotencia de obtener una reparación justa y necesaria. Las heridas no sanan, permanecen abiertas a la espera de algo que no va a llegar.
Pero no todos los cercos que nos limitan son externos, algunos, los más poderosos, provienen de nuestro interior y ¿quién puede coartar nuestros deseos de forma más efectiva que nosotros mismos? Somos rehenes de nuestras apetencias, valores, sentimientos y miedos. Lo pasamos por alto, pero hasta los sentimientos más nobles pueden actuar como ancla y contrariar definitivamente nuestra libertad para, por ejemplo, luchar por un mejor futuro. Confabulamos contra nuestras expectativas y destinos…con la bondad como cómplice.
Esta serie que hoy comienza, «Atrapados», presenta en primer lugar a Julio Rivas, un hombre obligado a ajustarse al que quizás sea uno de los tabúes más arraigados en la sociedad. Descubran su historia en mi novela, La máscara del verdugo.
Julio
Vidas torcidas por el odio, ese que corroe el espíritu y envenena el alma, arrastrando a sus víctimas a enfocar sus destinos hacia la destrucción de aquellos que lo obligaron a ponerse una piel ajena, a negarse a sí mismo. Si Julio hubiera sido aceptado en su realidad, el resultado habría sido distinto, de seguro uno más feliz…para todos.

Irene,amiga entro para saludarte y ver lo que haces y ecribes,todo tiene su significado y te felicito por lo que escribes.
Con mucho cariño desde 🇪🇸 España !
26-5-21.
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Laura, cariño, gracias por pasar a esta mi casa de letras, por leer y comentar. Celebro que te guste lo que lees. Muchas gracias, eres muy amable. Un abrazo desde la España insular, te envio mi cariño desde Tenerife.
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Irene, no sabía que vivías en Tenerife. He vivido tres años en tu isla y dos en Fuerteventura. Me encantan las Canarias! ❤ Un fuerte abrazo.
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¡Qué casualidad! Yo conozco Fuerteventura y La Gomera, todavía me quedan 4 islas por descubrir. Definitivamente eres la más internacional de mis lectores.
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Yo conozco todas las islas, menos El Hierro. Vives en un lugar mágico Irene. Un beso. 💚🌻
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¡Excelente reflexión Irene! ❤
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