Hay prisiones aprendidas, muy evidentes para quien observa desde afuera, pero desapercibidas para quien está atrapado en ellas. Comportamientos adquiridos y adheridos al ADN, revestidos de una falsa normalidad. El miedo es una prisión, sus barrotes son más fuertes que el acero.
Dos hermanos que crecen juntos, la palabra del mayor se hace ley, la menor teme contradecirlo desde siempre. No sabe porqué, no hay recuerdos que expliquen su miedo, pero este existe, subyace en la jerarquía de su relación. El mayor, el varón, el que sabe. La niña bonita, de quien no se espera nada.
Lo peor de este tipo de miedo es que la víctima ignora que lo padece y esto le impide combatirlo. La habita como un fantasma, la induce a actuar de forma sumisa. La hermana menor, desde su desconocimiento no lo puede enfrentar, porque ni siquiera sabe que está ahí.
Dios protege al inocente y pone en el camino del necesitado ángeles que lo guíen. Los seres de luz de Meli tienen nombre, son Manuela y Jacinto, empleados de la familia a quienes conoce desde pequeña. Ellos serán su apoyo y la acompañarán en su búsqueda de la verdad. Ella debe enfrentar su disyuntiva, tomar la decisión correcta para imponerse y salir de la jaula donde ha estado atrapada toda su vida.
¿Será capaz de reunir el coraje para hacerlo? Averígualo en «La máscara del verdugo».
