Promesas rotas

Caminan tomados de la mano por el parque. Sus almas viven en comunión; no hay cabida para el engaño en su relación. Se nota por la forma en que, sin mirarse, logran mantener unidas sus manos apenas por las puntas de los dedos sin que estos resbalen y las manos se suelten. Confían.

Lo hacen cada tarde. Todos los días la misma rutina, a tal punto que ya los gorriones no les prestan atención, hasta que un día una ola de reproches rompe la fusión de esas dos manos que antes marchaban unidas. Flotan en el aire reclamos, fragmentos de promesas rotas.

Los gorriones alzan el vuelo. La vida parece detenerse en ese punto, y lo hace por un instante, hasta que él baja la mirada, le dice que lo siente y se aleja.

El engaño acaba con la confianza, sus caminos se separan. No hay vuelta atrás.

Cuando una unión se rompe queda un vacío, algo que era ya no es. Todos perdemos un poco. Esta sensación de pérdida se da en cualquier ámbito cuando no se cumplen las promesas. La confianza se deshilacha, se produce una ruptura. En la escritura también ocurre.

El lector aborda la lectura con ilusión. Abre el libro y se deja conducir por los caminos de la imaginación, ese universo paralelo pavimentado con tinta sobre senderos de papel donde espera encontrar la historia prometida, la que atrajo su atención gracias a una campaña publicitaria, durante una presentación o al leer una sinopsis. Ha elegido ese libro y no otro, le ha dado un voto de confianza al escritor; el escritor le ha hecho una promesa.

Existe un contrato, hay un compromiso.

Sin embargo, al igual que en cualquier relación, el engaño puede romper el vínculo entre el lector y la obra si este se siente traicionado. No todo vale en el mundo de la publicidad, no es ético prometer un género para atraer lectores aficionados a él y luego desentenderse del tema.

No se puede promocionar una novela como histórica tan solo porque la trama transcurra en el pasado, aunque coincida con un evento relevante, como una guerra, por ejemplo, si este no guarda relación con lo narrado: alguna bala deberá esquivar alguno de los personajes, algún puente derribado en un bombardeo le impedirá llegar a su destino, no encontrará alimentos por estar atrapado en una zona asediada, la guerra incidirá en la trama de manera significativa o, de lo contrario, no será una novela histórica sino, más bien, una historia ambientada en una época pasada, con o sin guerras que la condicionen. No es lo mismo.

Tampoco, y mucho menos por motivos promocionales, se deben abordar a la ligera los temas subyacentes en la historia, por muy atractivos que estos sean, porque representen un buen gancho publicitario: el lector merece respeto.

Se quedará esperando algo que no sucederá, que solo será citado tangencialmente en la historia, como ocurriría si, por decir algo, se menciona que la novela aborda el delicado tema de la esclavitud, porque alguno de sus personajes pasa por un mercado de esclavos de camino a su destino. ¿En su casa había esclavos?, ¿presenció o intervino en algún hecho atroz relacionado con la esclavitud?, ¿toma partido a lo largo de la trama a favor o en contra de esta práctica deleznable? Si la respuesta a las interrogantes anteriores es no, es evidente que la novela no lo toca.

En estos casos, bastante menos hipotéticos de lo que cabría esperar en la era del acceso a la información, cuando es posible contrastar conceptos literarios con un click, el desconocimiento no es excusa, y menos aún si hay una editorial de por medio.

Como consecuencia, la confianza entre el lector y el escritor se romperá, este habrá faltado a su compromiso. El contrato no se habrá cumplido, el lector se sentirá traicionado.

A partir de ese momento la confianza se acabará, sus caminos, el del escritor y el lector, se separarán. No habrá vuelta atrás.

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