Quisiera tener una máquina del tiempo para regresar al pasado, pero no para enmendar entuertos, enfrentar cada situación y tomar cada decisión en su contexto y momento específicos es lo que hace valiosa cada experiencia de vida; sin importar el resultado, cada una de ellas se convertirá en una lección. Atesoro mis errores y mis aciertos, porque ellos, todos ellos, me han llevado a ser quien soy y lo que soy.
La usaría para volver a disfrutar de los detalles de todas esas primeras veces tan especiales, tan importantes, activaría su mecanismo para volver a llenarme de maravillas, de descubrimientos, para ser transportada, de nuevo, a los lugares remotos, universos distantes y simas profundas que habitan las páginas de papel atados a ellas con grilletes de tinta, tan extraordinarios como la imaginación de sus creadores.
Me dejaría envolver con gusto, otra vez, por las rimas de un poema, como cuando me acerqué, incauta, a esas líneas cuyas últimas palabras congeniaban tan bien, era como si cantaran, había música oculta en ellas. Reviviría, dichosa, el momento en que las leí en voz alta, sin darme cuenta de que, a partir de entonces, serían para mí una adicción. Nadie me advirtió del resultado de ese encuentro, y gracias a Dios por ello.
Me subiría a mi máquina del tiempo para volver a ponerle nombre a cada cosa –lluvia, río, mar- y preguntarme por qué algunas flores tienen nombre de mujer, de dónde salen sus colores y por qué huelen tan bien.
Contemplaría sorprendida desde la edad de la inocencia el resplandor de un relámpago y regresaría a la realidad estremecida por un trueno cientos de veces: así debió ser la creación, así ocurre en cada tormenta.
Me serviría de ella, además, para extender tu presencia en mi vida más allá de los límites naturales, para recorrer nuestros encuentros con calma y revivirlos cuántas veces quiera, para buscar en mi piel la presencia de tus besos y recrear esos efímeros momentos en bucle hasta el final de los tiempos. Haría saltar por los aires el mecanismo de la máquina de las horas sin dudarlo para estremecerme en tus brazos, para anhelar tu presencia y experimentar ese mar de sensaciones con que me obsequias cada vez.
No viajaría al futuro, cada día encierra sus propios misterios por descubrir, maravillas que admirar, lecciones por aprender. No quiero conocer el final de la historia sin haber leído y analizado cada uno de sus capítulos, y es que detrás de cada hora se esconde una sorpresa.
Quisiera tener una máquina del tiempo.





Tienes razón, lo hecho, hecho queda. Esa máquina nos permitiría volver a vivir esas primeras veces que han quedado en la memoria y que suelen ser únicas, pues las posteriores veces ya no suele ser igual. Revivir y disfrutar de esas ocasiones únicas. Visto así, yo también querría una máquina del tiempo. Excelente reflexión. Abrazo.
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¡Sabius!, gracias por tus amables palabras, abrazos de vuelta.
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Felicidades. Muy interesante.
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Gracias, por pasar, leer y comentar, Ernesto. Feliz semena.
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Muy bonito Irene y nos has dejado un mensaje eterno. Ojalá yo también tuviera la máquina del tiempo. No nos queda otra que disfrutar de cada momento. Un abrazo.
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Así es, querida Filipa, habrá que ir desvelando los secretos de cada día uno a la vez. Feliz domingo, gracias por la visita y el amable comentario.
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