Diarios de una viajera (3)

Solemos creer que el mundo entero es lo que ocurre tras las paredes de nuestra casa y que en todas las demás se tienen las mismas costumbres, pero nada más alejado de la realidad. Con la gastronomía ocurre lo mismo.  

En mi casa se comía cocido madrileño y bacalao y malasadas con miel de caña a partes iguales -de estas últimas se encargaban mis tías-, lo que, según mi lógica, ocurría en el resto. Estaba equivocada, por supuesto, y poco a poco fui descubriendo mi error. Las familias de emigrantes son como pequeños guetos gastronómicos por una razón muy sencilla; no importa en qué lugar del planeta te encuentres, vas a cocinar y comer lo que conoces, no puede ser de otra manera.

Mi primera incursión a la gastronomía autóctona la hice de la mano de María, la señora que trabajaba en casa, quien preparaba unas arepas riquísimas. Como no teníamos budare y fritas no le gustaban, las hacía al horno. Añadía a la masa queso amarillo picado en cuadros pequeñitos que se dilataban por efecto del calor y brotaban en la costra tostada, crujiente y deliciosa. De más está decir que aún comemos arepas en mi refugio actual, pongo por testigo del hecho a mi budare, que cruzó el Atlántico conmigo.

Ahora bien, los muros de esos guetos culinarios se fueron diluyendo con las segundas generaciones, es decir, con los hijos de aquellos valientes que se atrevieron a buscar un futuro mejor en la misteriosa, exótica y lejana Latinoamérica. Me explico: dependiendo de a cuál amigo visitaras, comías pasta, conejo con papas arrugadas, asado negro o pabellón, manjares deliciosos que intentabas repetir en casa, claro, nunca obtendrías los mismos resultados que la ricetta de la nona, pero se hacía el intento y lo importante era ampliar el repertorio.

Fuimos cimentando relaciones internacionales y ampliando nuestra cultura con cada reunión de amigos, intercambiando recetas no solo aprendimos más, sino que fuimos los vasos comunicantes entre nuestro gueto y el del otro, despertamos la curiosidad de los inmigrantes por conocer y comprender a los otros.

Con el tiempo ampliamos nuestra búsqueda internacional de sabores y las salidas de los fines de semana estaban destinadas, principalmente, a probar platos de otros países. No elegíamos por restaurante, sino por nacionalidad y así descubrimos la comida mexicana, la china, todas las variantes de la española –gallega, valenciana, madrileña, vasca-, la norteamericana –más allá de la comida rápida- la australiana, la francesa y la alemana. Para degustar esta última viajábamos a La Colonia Tovar, un pedacito de Alemania enclavado en la Cordillera de la Costa a 65 kilómetros de Caracas. La En la historia de su fundación destacan nombres como el para aquel entonces presidente de Venezuela, José Antonio Páez y Alexander Von Humboldt, ¿les suena de algo este último? Les dejo el enlace a Wikipedia https://es.wikipedia.org/wiki/Colonia_Tovar por si quieren conocer la interesante historia de estos migrantes, quienes recorrieron cientos de kilómetros a través de la selva nublada, hasta que a 2.200 metros de altura encontraron un paraje similar al que dejaron en su tierra natal. Su rodilla de cochino (cerdo) acompañada de repollo agrio y el strudel de manzana eran incomparables.

Para quienes se pregunten si estos festines alcanzaban para todos, preguntas que nunca faltan, les comento que dos de los platos estrella de la comida venezolana tienen orígenes muy humildes. La hallaca fue creada por sirvientes indígenas con sobrantes de los platos de las mesas que servían. Sobre una hoja de plátano ponían una base de masa hecha con harina de maíz –sí, la de las arepas- y en su centro añadían un guiso de carne con diferentes aliños. Luego plegaban la hoja y la amarraban, dándole un aspecto parecido al de los tamales mexicanos. Hoy en día las hallacas cuestan una fortuna, pero yo recuerdo que era costumbre regalarlas en navidad.

En cuanto al pabellón, que hace muchísimos años era considerado comida de pobre, fue estudiado por nutricionistas y se descubrió que este plato logra un balance nutricional perfecto, dado que está compuesto por proteína de dos orígenes distintos –animal de la carne y vegetal de las caraotas (judías o frijoles) negras- y lleva también arroz blanco, rico en almidón, lo que permite el óptimo aprovechamiento de las proteínas mencionadas anteriormente. El plátano frito le da un toque dulzón muy típico de la gastronomía venezolana.

Comíamos como reyes y era lo normal, mis crónicas no recogen experiencias extraordinarias de personas acaudaladas. Además, vivíamos juntos y revueltos o, como dirían los representantes de algún rancio abolengo apolillado, éramos muy igualados, pues. Sí, todos comíamos como reyes, proveídos por una tierra fértil como ninguna, donde todo crece, desde fresas y manzanas, hasta mangos y guayabas. El cuerno de la abundancia…era.

Entrar a cada uno de estos lugares era cruzar un umbral hacia otra cultura. Todos llegaron, todos fueron bienvenidos y gracias a ellos conocimos medio mundo sin necesidad de tomar un avión. Gracias por todo.

15 Comments

  1. Maravilloso relato y mejor narrativa; en este recorrido por donde nos has llevado, dandonos a conocer una gastronomía que para algunos de nosotros resultaba desconocida, no solo por su denominación sino también por su composición. El tema da para mucho; tal es así que aquí la creencia popular es que en el matrimonio «el amor pasa por el estomago». Muchas gracias y un maravilloso fin de semana. Un cálido saludo.

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      1. Ya sabes que me encanta acompañarte en tus recorridos, que me sorprenden y por tu narrativa me transportan a cada lugar que mencionas. Gracias a ti, por lograr ello. Que tengas un maravilloso fin de semana. Un cálido saludo.

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  2. A ver, me rugen las tripas después de leer tu texto. Has de saber que para mi, cuando he viajado, la gastronomía es fundamental para catalogar el viaje. Esplendido relato en el que al margen de las lindezas gastronómicas que mencionas, me ha sorprendido la historia de la Colonia Tovar y tanto más leyendo el enlace a la wiki que has añadido. Como bien apuntas para comer como reyes, no es preciso disfrutar de lujos. Gracias por compartir estos capítulos tan personales. Un abrazo.

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    1. Ay, Sabius, qué bien que te abrí el apetito, despertar pasiones es mi misión en la vida, pero no acepto reclamaciones por algún atracón a deshoras que hubiera podido surgir al leer mis diarios. Gracias a ti, por tomarte el tiempo para leerme y comentar desde el corazón. Gracias por estar ahí. Un abrazo.

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  3. Me ha encantado una vez más tu relato. ¡Y las fotos! La gastronomía hace parte de cada cultura y has tenido la suerte de tener una variedad de sabores sin aléjarte mucho. S mi me gusta dar la vuelta al mundo s través de la comida. La primera vez que comí arepas fue en Tenerife. ¡Qué rico! Cuando voy a a mi país mis padres siempre me preparan «bacalhau». Un fuerte abrazo Irene.

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    1. El bacalao es una experiencia mística, y el casero es otro nivel. Te comento que de Portugal solo he visitado Fortaleza, un antiguo castillo de vigilancia donde hicieron un parador turístico, con tiendas y un restaurante donde probamos un bacalao excepcional, al punto de que los demás comensales -españoles- reconocieran muy a su pesar que era el mejor que habían probado en su vida. Tengo pendiente un viaje a Madeira, el lugar donde todo comenzó. Un abrazo y feliz fin de semana.

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      1. Madeira es una isla muy bonita. Te va a gustar Irene. En Portugal, hay más de mil maneras de preparar El bacalao y todas son buenas. Sigo con mucho interés los diarios de una viajera. Estas haciendo un trabajo estupendo. Un abrazo y buen fin de semana.

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    1. Gracias Azurea, despertar apetitos es poco más o menos como despertar pasiones, entonces, al leerte pienso «misión cumplida». Estoy de acuerdo contigo, la gastronomía es parte de la idiosincrasia de los pueblos, una expresión cultural en toda regla. Gracias por comentar. Saludos.

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