
Aporreaba furiosamente el teclado de un Nostalgia 3.0 que reunía dos íconos de la década de los ´70: las luces de neón rojas de las discotecas y el sonido mecánico de los modelos del inicio de la era de las máquinas. Intentaba sin éxito que sus dedos fueran tan veloces como su mente mientras recibía, analizaba, clasificaba y reenviaba mensajes codificados o encriptados a los distintos eslabones de la cadena de mando de un ejército invisible dedicado a salvar al mundo. Esa era la orden: toda la información de inteligencia recabada por los grupos de avanzada debía ser transmitida de inmediato a Q, luego él y solo él debía filtrarla, depurarla y hacerla llegar a los mandos altos, medios y bajos de la agrupación que llevaba sobre el peso de sus anonimatos la pesada carga de drenar el pantano. Él era el engranaje central de un intrincado mecanismo informático, en el que la información giraba una y otra vez, sin detenerse jamás.
Se había ganado a pulso el derecho de ocupar el puesto de Jefe de Comunicaciones. Era uno de los primeros integrantes de esta cruzada. Desde el inicio, cuando todavía era un hacker menor y vagaba por los oscuros callejones de la Deep Web, había notado los patrones de ciertos mensajes y los había ido compartiendo con las personas indicadas. Eso le ganó la confianza de sus superiores y lo lanzó a la cúspide de la inteligencia del ejército de los sin rostro.
Cada mensaje enviado rebotaba como una liebre en incontables servidores a lo ancho del globo, evadiendo bots, virus y troyanos, en esta guerra global donde las ideologías habían sido suplantadas por el delirio del control absoluto y los contrincantes, lejos de estar constreñidos por cortinas de hierro, ejercían su libre albedrío dispersos por todo el planeta.
A su lado cuatro teléfonos, identificados por colores, servían de vehículo para las alertas de mensajes entrantes: el dorado era para los altos mandos, el azul para los medios, el verde para los reclutas inexpertos que aún albergaban esperanza en sus corazones y el negro para él mismo. No se conocían personalmente, sus cuentas no tenían el avatar acostumbrado, solo ofrecían la silueta prediseñada donde el usuario puede colocar una foto. Nunca se habían visto.
Había tenido una mañana muy agitada, los 4 teléfonos habían empezado a saltar sobre su mesa una y otra vez y en su monitor se desplegaban los siguientes mensajes: “El ejército del águila bombardea los túneles por los que las fuerzas del deep swamp pretendían llegar a la capital y tomar el control del gobierno”, y otro más: “Las pruebas ya están en manos de los magistrados, arrestos masivos en las próximas horas”, seguido de: “NOM arrecia el ataque bloqueando el paso en el canal de Suez: el comercio internacional se derrumba”, luego: “Los repartidores de pizza están nerviosos, arrestos masivos pronto”, uno más: “Las pruebas son irrefutables: no podrán esconderse”, y para finalizar: “Los gigantes de la comunicación contra las cuerdas: todo su poder no podrá salvarlos de la Ley”. Y de nuevo a codificar y reenviar todo el día y toda la noche, todos los días y todas las noches. Todo dependía de él.
Trabajaba en un búnker del tercer distrito, en una pequeña buhardilla acondicionada por él mismo, totalmente insonorizada, forrada con cartones de huevos, techo incluido, para no dejar entrar ni salir cualquier luz o sonido que delatara su presencia. Seis relojes analógicos e inhackeables colgados de la pared frente a su escritorio marcaban la hora de New York, Rio, París, Moscú, Beijín y Sídney y un viejo despertador la de su ciudad, ya que al sol le estaba vedada la entrada.
Otra ronda de mensajes: “El ejército del águila destruye túneles que deep swamp usaría para llegar a la capital y tomar el control del gobierno”. Y otro más: “Pruebas en manos de magistrados, pronto arrestos masivos.”. “NOM ataca el comercio mundial bloqueando el paso en el canal de Suez”, Preocupados repartidores de pizza, se esperan arrestos”. “Pruebas definitivas: les espera cárcel”, “Los gigantes de la comunicación usarán todo su poder, pero no podrán salvarse de la Ley”. Otra ronda de reenvíos, otra vez poner en marcha las ruedas de la información.
Solo dejaba su almena de vigilancia para atender los requerimientos del cuerpo, ir al baño y comer, aunque estas necesidades demandaban su atención con menos frecuencia que antes. Quizás la razón de este fenómeno podría encontrarse oculta bajo la montaña de latas de aluminio vacías de bebidas energéticas que completaban la decoración de su refugio, coronadas por un recuerdo de la última reunión con sus amigos: un sombrero de papel de aluminio en forma de cono cubierto de polvo. No había probado bocado sólido en las últimas horas, ¿días, quizás?
Justo cuando se levantó a estirar las piernas saltaron las alarmas de los teléfonos, todas a la vez y el monitor adquirió el aspecto de un cuadro surrealista de fondo negro con un mar de letras azules cuyo movimiento recordaba al de las olas. Corrió a su silla gaming y se quedó en shock por el último mensaje recibido: “El águila bombardea túneles y evita fuerzas deep swamp tomen el poder”. “Los magistrados tienen pruebas, pronto arrestos masivos”. “NOM bloquea canal de Suez: comercio cae”, “Pizza delivery en jaque, se esperan arrestos”. “Hay pruebas de todo: serán arrestados”, “Los grandes de la comunicación al descubierto: caerán los poderosos”.
De nuevo inició la distribución de la información, pero algo extraño ocurría. La transmitía y recibía de vuelta casi instantáneamente. El nivel de alarma aumentaba, esta vez sí es inminente –pensó y se entregó por entero a aporrear el teclado. Solo alargó el brazo para tomar una nueva inyección de energía de una lata de aluminio negra, con una M verde que parecía tallada por una garra felina.
Trabajó durante horas sin parar. Los mensajes no cesaban, ni él tampoco. El final había llegado. Su día D estaba allí. La lucha era encarnizada. La frecuencia in crescendo con que recibía los mensajes era para Q la prueba de que el día de la lucha final estaba ocurriendo ante sus ojos.
–Es el final, esta vez sí, por fin acabará todo–, repetía constantemente a manera de mantra. Tuvo miedo, ¿quién ganaría?, ¿ellos, los buenos?, ¿los otros, las fuerzas del mal? En la vida no siempre triunfa el bien, en la literatura tampoco. Lo único que le extrañaba era que aún no escuchaba explosiones, gritos, alarmas, ambulancias.
–Mejor así, no podría concentrarme con tanto ruido.
De pronto todo se volvió blanco, el monitor, las paredes, el teclado, las latas de aluminio, todo fue absorbido por un haz de luz blanca muy intenso. Q quedó paralizado.
Lo último que alcanzó a decir antes de que la apoplejía devorara su mente fue:
-La lanzaron, lanzaron la bomba, maldita sea.
Afuera los pájaros cantaban y el sol brillaba en una hermosa mañana de primavera.

Maravillosa la forma de alcanzar el éxtasis final, donde los pájaros imponen su canto eterno sobre el ruido.
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Gracias, Joiel, celebro que te gustara. Nos leemos 😉
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