Hace unos 20 años.

Hace unos 20 años, cuando aún leía el periódico en papel, llegó a mis manos el cuerpo dedicado a las noticias internacionales de un periódico. Todavía en aquel entonces los periódicos eran enormes y aparecía un amplio reportaje, con unas fotos bastante extrañas, un tanto oscuras, en las que unas personas estaban metidas en lo que parecían ser sacos de verdura, de color entre morado y azul, malva, podía ser. Supe que se trataba de gente y no de tubérculos, porque los sacos de tela bastante gruesa tenían unas especies de mirillas en la parte superior y tras ellas se apreciaban ojos humanos.

En aquel entonces el mundo era un lugar un poco más feliz, no había pandemias, y mis mayores preocupaciones a estas alturas del año eran encontrar un plan vacacional con piscina donde mi hija pudiera nadar, la compra de útiles y uniformes escolares y buscarle a mi pequeña sirena, que crecía por días, otro traje de baño, porque el que usaba se le estaba quedando pequeño. Era tan feliz corriendo en la arena y zambulléndose en cualquier cuerpo de agua -piscina o mar, para ella era indiferente-, libre, sana, inquieta y valiente, prefacio de la mujer en la que se convirtió.

Aquel artículo rompió un poco mi inocencia. Me reveló aspectos de la humanidad propios de historias de la época de los cuentos de las mil y una noches o de la santa inquisición, que creía superados en el mundo moderno del siglo 21. Resulta que había hombres horribles que sometían a las mujeres a las más crueles vejaciones, sólo por el hecho de ser mujeres, disparate que quizás pudiera comprender si los seres en cuestión hubieran sido fecundados in vitro o recogidos de la calle, sin el más mínimo recuerdo de sus madres.

¿Cómo se puede odiar tanto a la persona que nos dio la vida?, ¿por qué?, ¿para qué?

Preciosa fotografía de Janko Ferlic tomada de Pexels.com

El trabajo periodístico reproducía el testimonio de una mujer afgana joven, madre de un niño de unos ocho años, que andaba en busca de unos zapatos para su pequeño. En ese momento aprendí que el saco se llama burka y que es la vestimenta obligatoria de las mujeres en el país. Ella intentaba elegir entre varios modelos en la vitrina de una zapatería, pero no podía distinguirlos con claridad porque llevaba el rostro oculto por el maldito trapo, además, el calor era infernal y estaba cansada.

Cuando pensó que nadie la veía, se levantó la burka, pero para su desgracia un hombre la vio y le propinó la paliza de su vida. La lanzó al suelo, la pateó y le dio de bastonazos hasta que se hartó y la pobre mujer pudo ocultarse de nuevo bajo la máscara de la opresión y se arrastró, literalmente, hacia el interior de la zapatería. Esperó a que el hombre se fuera y regresó a su casa. No recuerdo si llegó a comprar los zapatos.

Ella, al igual que tantas otras, creyó que con el arribo de las fuerzas occidentales a Afganistán y el derrocamiento del régimen talibán la pesadilla había terminado. Creyó, además, que disfrutaría de la libertad de elegir, cantar, reír, bailar, estudiar, tomar decisiones y llevar una vida plena y normal. A ella la engañó un país que nunca tuvo intenciones de cambiar, de modernizarse, que se limitó a disfrutar de las ayudas internacionales mientras duraron y que no levantó un dedo para defender su derecho a prosperar. Nunca les importó, solo saquearon y tomaron el botín. Luego huyeron y las dejaron abandonadas a su suerte.

Veinte años son mucho tiempo, suficiente para que las mujeres que habían vivido sometidas a la privación de sus derechos por parte de los hombres en el poder asimilaran un modelo de vida libre y civilizado y aprendieran a disfrutar de las mieles de la libertad, a decidir su destino, a estudiar y trabajar, a salir solas ¿Para quienes será más difícil asimilar el retorno del régimen misógino y sus leyes de la sharia, para las mujeres liberadas hace veinte años o para las que nacieron libres de esas conductas salvajes y retrógradas y conocen esas actitudes solo por referencia?

En las primeras declaraciones que los nuevos representantes del régimen talibán ofrecieron a los medios de comunicación intentaron tranquilizar a la opinión mundial, afirmando que las mujeres podrían estudiar y trabajar en Afganistán. En las segundas matizaron la cuestión diciendo que las mujeres afganas se sentirían felices de vivir bajo las leyes de la sharia y ya anoche explicaron que reunirían a un grupo de hombres sabios que serían quienes definirían el futuro de las mujeres en el nuevo emirato islámico de Afganistán.

Todos sabemos qué va a pasar, ¿no?

Foto de Rulo Dávila tomada de Pexels.com

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