Recuerdos

Los recuerdos son tesoros que llevamos cosidos al corazón y ocultos en las esquinas gastadas de la memoria.

Son la brújula que guía nuestros pasos, contienen nuestra identidad –quiénes somos y de dónde venimos- información imprescindible para fijar el curso hacia nuevos destinos.

Son la cura contra el miedo, reservas de valentía, antídotos contra el desaliento, tarros de vitaminas.

Son trocitos de nosotros que recorren el mundo en billeteras o álbumes, a color o en blanco y negro, atrapados en momentos únicos e irrepetibles, congelados para la posteridad.

Son literatos, son creadores, inventan palabras tan hermosas como “saudade”.

Son muy listos, además, cuando queremos dejarlos atrás regresan camuflados en un olor, una canción, en la lluvia, en el verano, en una sonrisa, en una mirada; viajan como polizones ocultos en nuestras vivencias y esperan el momento oportuno para envolvernos con su calidez.

Son la dulce expresión de los abuelos fijada en la retina del tiempo.

Son nuestra crónica de vida, cada entrada es una pieza de ese rompecabezas que somos.

Están escritos con amor, con alegría, a veces con dolor, otras con sangre, esfuerzo y sacrificio. Todos son importantes.

Son una máquina del tiempo que nos permitirá viajar al futuro; son experiencias aprendidas, el código genético que legaremos a quienes sigan nuestros pasos.

Son las huellas que un día dejamos olvidadas en la arena, y los granitos que encallaron en nuestro pecho una tarde del verano. Son los amigos que hicimos en la playa mientras construíamos castillos de arena repletos de infancia.

Son la sustancia que moldea conciencias. Son coraje, son huida, son deseo. De ellos están hechos los sueños.

Los recuerdos nos acercan a lo que fuimos y nos susurran al oído lo que podemos ser.

Son anhelos ocultos, deseos que a veces no podemos descifrar, pero que están ahí por una razón.

Son caricias, son besos, son risas, son lágrimas, son astillas que llevamos clavadas en el alma.

Los recuerdos son la esencia de la vida.