16 08 2021
Las yemas de los dedos le escocían. Se veían rojas, estaban en carne viva, pero debía seguir avanzando. Encontrar algo de sombra era perentorio. El sol brillaba aún alto en un cielo extraño, sucio, marrón rojizo.
Miró su reloj y contuvo el aliento al contemplar como sus manecillas se derretían ante sus ojos. Volvió a apoyarse de la pared para no caer y se quemó de nuevo la punta de los dedos.
Escuchó detonaciones a su alrededor. Sordas, al principio, pero se hacían más agudas, más apremiantes, según se acercaban hacia ella. Las piedras estallaban como por arte de magia. Los rayos del sol las cortaban como si fueran de mantequilla.
Intentó dar un paso y no pudo. Sus zapatos se habían quedado adheridos al suelo, la goma de sus suelas se fundió al asfalto caliente. Si quería seguir adelante tendría que quitárselos y dejarlos allí, pero si ponía los pies sobre el suelo el calor los abrasaría.
Un colibrí estalló en llamas ante sus ojos. Se convirtió en una bolita de fuego que en pocos segundos fue un cúmulo de pavesas barridas por un viento como aliento de dragón.
Ella fue la siguiente.

Premonitorio y muy bien narrado relato corto! Un cálido saludo.
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¡Gracias!
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☀️❤
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Amiga, cuídate del sol, este verano está feroz. Un abrazo y gracias por pasar y comentar.
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El tiempo está loco. Aquí hace mucho frío. Un abrazo Irene.
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He sentido el fuego, el verano más intenso hecho palabras.
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Es que me asomé un momento a la terraza…
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Vivo en una ciudad donde «Fuego camina conmigo», más que Twin Peaks, es 300 días al año.
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