Avengers Endgame

Una tarde de cine un día domingo es algo sencillamente delicioso.

Comprar las entradas, las chucherías, acomodarse en la butaca haciendo grandes esfuerzos para no volcar el envase de cartón de las cotufas (palomitas de maíz), colocar el vaso de refresco en el brazo de la butaca y dejarnos llevar por su magia.

Se apagan las luces y empieza el espacio publicitario destinado a sembrar en la mente de los espectadores necesidades, apetencias o incluso ideas. Quizás hasta nostalgias.

En un contexto similar vi Avengers Endgame. Me gustó, es un buen filme, aunque no considero que la mía sea una opinión confiable, dada mi fascinación por las películas épicas en general. Denme un Rob Roy, un William Wallace, al aguerrido Aragorn de Tolkien o a los valientes espartanos de 300 y seré feliz, a pesar de lo que digan los críticos del cine, mucho más versados en la materia que yo.

La trama comienza con un escenario desolador, en un planeta Tierra en ruinas, donde se han acabado las rutinas cotidianas, porque la mitad de la población ha desaparecido. Los habitantes restantes están inmersos en la melancolía, sin esperanzas, es como si no recordaran cuál es su propósito en la vida, o si tienen alguno. No hay trabajo, ni creación, ni tan siquiera realizan el mínimo mantenimiento a las estructuras semi abandonadas que se caen a pedazos de las ciudades que habitan. Lo peor es que a nadie le importa. El ser humano ha perdido su esencia.

La Humanidad llegó a esta calamitosa situación después de que Thanos, animado por el deseo supuestamente altruista de salvar al universo, eliminó a la mitad de los seres vivos, con la finalidad de que se pudieran abastecer con los recursos disponibles, los cuales no eran suficientes para satisfacer las necesidades básicas de una población que se había multiplicado sin control. Para hacerlo se sirvió de un guante con las seis Gemas del Infinito: poder, alma, espacio, mente, realidad y tiempo. Con un simple chasquido de sus dedos hizo desaparecer a la mitad de las criaturas que poblaban todos los planetas del universo. Las convirtió en polvo.

Me invadió la tristeza. Los paralelismos saltaron de la pantalla a la realidad, y es que en Venezuela, desde el poder central, hay como una especie de obsesión por diezmar a la población, por reducir al mínimo posible la cantidad de habitantes del país. Aquí ahora somos menos, muchos menos, y no hablo sólo de quienes huyeron, porque no se puede afirmar que emigraron, más bien escaparon para poder sobrevivir. Han atravesado medio continente, en muchos casos a pie, para llegar a destinos tan distantes como Perú, Ecuador, Chile y Argentina. Otros han muerto a manos del hampa, de la violencia desatada, cuyos protagonistas se parecen en mucho a las huestes de monstruos que acompañan a Thanos en sus sueños de dominación. También me refiero a las miles de personas que ya no están con nosotros porque murieron de mengua en centros de salud vacíos, sucios, sin luz ni agua, sin medicinas ni equipos, a los infantes que fallecen como consecuencia de la desnutrición todos los días y a aquellos que, aunque hayan logrado sobrevivir hasta ahora, experimentan daños irreversibles a la salud, que han deteriorado el desarrollo de sus cuerpos y mentes. A los niños que, según palabras del dictador, tendrán que morir para preservar la revolución y cuyo sacrificio será reconocido y serán llamados héroes de la patria. Muchos de quienes aún quedan llevan a cuestas sus caras tristes. Son personas que deambulan como zombis, buscando comida en bolsas de basura. Todo por el empecinamiento de imponer doctrinas añejas y fracasadas de dominación.

El que fuera uno de los países más ricos del mundo es hoy una escombrera, una ruina, donde nada funciona, que no puede proporcionar a sus habitantes los servicios básicos, tales como electricidad, agua potable, telefonía y ahora tampoco gasolina, ni gas doméstico, a pesar de ser un país petrolero. Hay ciudades que sufren suspensiones del servicio eléctrico durante doce horas diarias, todos los días y otras que no reciben suministro de agua desde hace años.

¿Cómo se puede llegar a semejante estado después de haber tenido el precio del petróleo sobre los cien dólares durante más de diez años? El equivalente a cien Planes Marshall desapareció de las arcas del tesoro nacional.

No tenían el guante de Thanos, pero no lo necesitaron…ni siquiera tuvieron que chasquear los dedos. Por la eficacia del método empleado, pareciera que hubieran tenido acceso a las seis Gemas del infinito: usaron el poder para quitarnos el alma, destruir nuestro espacio, alienarnos la mente y deformar la realidad, imponiéndose en el tiempo con artimañas despreciables.

Y lo peor es que también nos robaron la alegría, la esperanza, los sueños, el futuro.

Otra semejanza de la película con la realidad que vivimos en este país situado al norte de la América del sur fue el estado tan desmejorado de los súper héroes, en relación a la apariencia impecable que lucen en las anteriores cintas de la saga. Nos los presentan avejentados, sin brillo, fuera de forma y sin esperanza. Por aquí también nos vemos así. Nuestro aspecto actual es bastante ajado, andamos con los zapatos rotos, las camisas raídas, delgados y macilentos. En uno de los catorce millones de desenlaces posibles en la historia narrada en Avengers Endgame, visitados por el Doctor Strange en una entrega anterior, los súper héroes lograban derrotar a Thanos y triunfaban ¿Quién sabe?, a lo mejor logramos cambiar nuestro destino.

Volvamos al principio por un momento, al espacio publicitario previo al filme. En él promocionaban el concierto de una agrupación musical y es posible que este anuncio condicionara mi percepción de la historia que estaba a punto de ver. Me ha ocurrido antes, en metros y calles europeas.  El  tema elegido para la campaña era una versión de “Venezuela”, una de las canciones más hermosas jamás compuesta, no solo por la lírica, sino porque fue el tributo de dos españoles, Pablo Herrero Ibarz y José Luis Armenteros Sánchez, a un país que se les metió bajo la piel. Y con la última estrofa me despido del que fuera el mejor país del mundo, mi país.

Y si un día tengo que naufragar
y el tifón rompe mis velas
enterrad mi cuerpo cerca del mar
en Venezuela.

 El último que apague la luz.

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