Cada vez que ve un trozo de cuerda anudado no puede evitar que su mente recorra el tiempo y el espacio hasta llegar a una playa perdida entre el sabor a mar y los recuerdos cálidos y saboreé el momento como si estuviera ocurriendo de nuevo. Tan fuerte es la sensación que la embarga, que la boca le sabe a sal y ríe sin motivo para los demás, aunque a ella le sobran razones.
Un sol aún tibio calienta con timidez los hombros de un niño que juega a la orilla del mar. En una mano lleva una bolsa donde ha ido guardando los tesoros que la marea al retirarse ha esparcido sobre la arena. Caracoles diminutos y conchas de colores van colmando el cofre improvisado donde guarda su botín.
Ve algo flotando en el agua y a pesar del recelo que le inspiran las olas traicioneras que lo han revolcado un par de veces, se adentra en el peligro y logra rescatar una cuerda anudada en uno de sus extremos y con marcas de haberlo estado en el otro. Esa es la razón por la que llegó hasta él, logró zafar uno de los nudos y huir. Mira a ambos lados, pero no hay nadie que reclame la cuerda. Ahora es suya.
Tiritando de frío se acerca a su madre que lo recibe con una toalla y un abrazo cálido. Saca una mano del envoltorio y muestra con orgullo su tesoro con una difícil sonrisa, porque sus dientes no paran de castañetear. El asombro abre los ojos de la mujer que pregunta si es un regalo para ella y el pequeño afirma con una sonrisa.
Es su mayor tesoro, luchó contra el mar hasta arrebatárselo, lo aprecia demasiado, pero no duda en entregárselo a ella, a pesar de que su boca dice que sí y su corazón dice que no.
Ella toma el cordel y desliza el aro que sujeta las llaves de su casa como si enhebrara una aguja, luego rehace el nudo suelto y le agradece a su hijo que le regalara ese hermoso llavero.
Pasan los días y el niño permanece atento al llavero de cuerda, pasan los años y acompaña a su madre a la playa. Cuando van a entregar las llaves decide dejarlas en el cordel, porque ahora él es también parte de la casa, es un trozo de sus recuerdos y allí debe permanecer. La nueva dueña sonríe feliz y jura que lo conservará para siempre, aunque eso es mucho tiempo.
¡Tan bonito tu relato Irene! Viajé con tus palabras y me salvó la fuerza de cuerda. Buen fin de semana y un abrazo.
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Gracias, Filipa, por comentar, a veces hay que soltar los nudos de los recuerdos y dejar las cosas a donde pertenecen.
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Estoy totalmente de acuerdo Irene. Hay que soltar los nudos y dejar lo demás fluir.
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Qué belleza y cuantísima calidez. Aquí las palabras son corazones.
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Gracias, Joiel, fue escrito desde el corazón de un recuerdo, porque los recuerdos tienen corazón, doy fe de ello. Un abrazo y…¡Feliz Navidad!
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¡Feliz Navidad!
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