Una imagen, una canción, un poema, una idea que empieza a germinar en nuestra psique, una sensación, esa certeza o incertidumbre que nos conmueve, que nos dice que algo no encaja. Que nos persigue.
Recuerdo que podía ver una imagen con absoluta nitidez: “Una mujer limpiaba el mantel de hule de una mesa en un café.”, y la escena subsecuente: “Sobre los cuadros blancos y amarillos resaltaban los aros marrones y pegajosos dejados por las últimas tres tazas servidas. Usaba una bata corta, de un color rosa pálido tan desvaído como su tez, sobre un pantalón de dril demasiado grande para ella.” (Tomado de “La máscara del verdugo”).
¿Quién era ella?, ¿por qué me seguía a todas partes, de día y de noche? Poco después lo supe, se llamaba Eva, se las presento, y sería uno de los personajes de mi novela, “La máscara del verdugo”. Su vida se debatía en un dilema, intentaba huir de su destino, ¿la alcanzaría este?
Eso lo supe después de un tiempo de darle mil vueltas en la cabeza a un tema que llegó a mi vida y me eligió para contar su historia. Se trataba de uno de esos grandes debates universales a los que nos enganchamos y no tienen suficiente historia a cuestas como para permitirnos analizar los hechos en retrospectiva, cotejar estadísticas y, en base a información confiable, formarnos una opinión y, así, poder tomar partido a favor o en contra.
La primera vez que escuché hablar de la aprobación de la eutanasia, o Ley de muerte digna, se me descolocó el mundo. Mi imaginación viajó a las páginas de las novelas de George Orwell, a todas las películas de ciencia ficción que había visto, recordé el soylent verde de “Cuando el destino nos alcance” y me empecé a preguntar a santo de qué había que reglamentar el suicidio. Es una decisión personalísima e individual, en donde no tenía cabida la jurisprudencia, en mi humilde opinión. Lamentable, triste, pero jamás podría pasar de una sensación de impotencia al no haberlo podido evitar o de alguna sanción moral de índole religiosa ¿Entonces?
La cosa se complicó cuando empecé a investigar y descubrí que para ese momento la eutanasia solo era legal en dos países, Canadá y Holanda y, con una suma de temores, la imagen de Eva persiguiéndome y una vieja afición a la Literatura Noir, me embarqué en la aventura de escribir “La máscara del verdugo”, a propósito de la cual mi editorial, Europa Ediciones, me hizo una entrevista. Se las dejo para que la disfruten.